Las ceremonias católicas en la cárcel de Torrero (1936-1948)
diciembre 13, 2019El 29 de marzo de 1937 la Prisión Provincial de Zaragoza, popularmente conocida como cárcel de Torrero, desprendía una imagen que nada tenía que ver con la situación de insalubridad, miseria y falta de higiene tan habituales desde los inicios de la guerra. El centro de vigilancia se hallaba profusamente engalanado con las banderas que las milicias nacionales habían donado y las flores que Miguel López Gera, alcalde de Zaragoza, había mandado comprar para adornar un altar presidido por una imagen de la Virgen del Pilar. Las salas, los pasillos y las paredes daban una sensación de limpieza y de orden que solo sería alterado tras el final de la celebración.
Todo estaba perfectamente preparado para la visita de las autoridades y personalidades de la nueva sociedad franquista. El invitado por excelencia fue el General Jefe de la V División, Miguel Ponte y Manso de Zuñiga, quien fue recibido en la entrada de la cárcel de Torrero con todos los honores, seguido por las demás autoridades y comisiones. La disposición de los altos cargos se hizo jerárquicamente, posicionando a los cargos militares y políticos en la planta baja del centro de vigilancia, frente al altar, mientras que las comisiones y representaciones de las agrupaciones benéficas fueron emplazadas en la galería superior.
Tras finalizar la misa oficiada por el regente de la Iglesia de Santa Engracia, los presos fueron instados a pasar a comulgar, acto que durante los años de guerra tuvieron un éxito moderado. Seguidamente, el delegado de Orden Público leyó la lista de los presos puestos en libertad y el General Jefe de la V División exhortó a que los asistentes, civiles y a los cientos de presos que se hallaban presentes, respondieran al unísono su grito de “¡Viva España!”. Para culminar el acto, se repartió un desayuno que se habían encargado de costear las “excelentísimas Señoras Marquesa de Doreda de Limia y Doña Carmen Zaragozano de Lascirra”.
Las misas
La aparición en el espacio carcelario de importantes figuras políticas de la provincia y el ensalzamiento al “Nuevo Estado” y a la religión volvieron a repetirse a lo largo de las diversas ceremonias católicas y patrióticas que se realizaron durante toda la guerra y posguerra en las dependencias de la cárcel de Torrero. Estas celebraciones sufrieron algunas transformaciones y no tardaron en erigirse como actos que podían desempeñar una doble función.
Por un lado, y acompañado de una intensa propaganda en la prensa local, aquellas ceremonias presentaron al lector una cárcel limpia y engalanada con flores, banderas y los retratos del Caudillo donde se celebraban actos religiosos, caritativos o patrióticos, un espacio donde al final de cada acto se despachaba a los asistentes y reclusos una “doble ración de rancho”, y donde las autoridades y los sacerdotes otorgaban al preso la posibilidad de redimirse de sus pecados a través de sus oraciones, de la comunión y de la entonación de los cánticos religiosos.
Por otro lado, de cara a las autoridades políticas y militares asistentes, la dirección de la prisión quiso mostrar a una población penal -mayoritariamente compuesta por presos políticos o de guerra- sometida e instruida en los valores patrióticos y cristianos del nuevo Estado. Y que mejor manera de demostrar ese sometimiento del enemigo, del disidente, del “rojo”, sino obligándoles a formar marcialmente en torno al altar del centro de vigilancia, organizar un coro de reclusos que entonasen los cánticos religiosos, para que hicieran vibrar a los asistentes con la interpretación de los “himnos nacionales”, mientras el resto de los presos permanecían en formación levantando la mano derecha para realizar el saludo fascista ante el temor a represalias.
La humillación y la exhibición del poder intimidatorio que ejercía la prisión sobre los presos políticos se prolongó en cada ceremonia hasta que llegaba el clímax del acto: el momento en el cual el director de la prisión exhortaba a todos los reclusos a dar “nutridos vivas a España y al Generalísimo siendo incesantes las aclamaciones de ¡Franco, Franco, Franco!”. Después de humillar a toda la población reclusa, después de haberles obligado a cantar los himnos de sus enemigos con el brazo en alto, después de haber vitoreado tres veces al Caudillo, las autoridades “recompensaban” a los reclusos con una mísera doble ración de rancho.
Vía crucis
Con el término de la guerra, el nuevo Estado favoreció la organización y el desarrollo de ceremonias patrióticas y religiosas en todos los puntos de la geografía española, celebraciones que fueron acompañadas por desfiles militares, de la entonación de los nuevos himnos de los vencedores por las calles. Estos actos servía para que los congregados mostrasen y demostrasen su adhesión al nuevo dictador. Esas celebraciones también se hicieron extensibles dentro sistema penitenciario franquista donde, además de las ceremonias de precepto y del cumplimiento pascual, se continuaron organizando celebraciones que levantasen “el espíritu religioso de los reclusos”.
Por ejemplo en la cárcel de Torrero se celebraron conmovedores ritos del vía crucis del viernes santo; la “consagración de la población penal al Sagrado Corazón de Jesús; [el] acto de desagravio a Jesús Sacramentado”; la fiesta de la Virgen del Carmen, en la que 2.000 penados recibieron “el santo escapulario” después de comulgar; la celebración de una procesión “triunfal en una Custodia ultrajada por los rojos y restaurada por un penado de la prisión” o la “solemnísima” fiesta de la patrona de prisiones.
La fiesta de la Merced fue impuesta oficialmente tras el final de la Guerra Civil, en virtud de la Orden del 27 de abril de 1939, cuando el ministerio, atendiendo a las peticiones de varios miembros del cuerpo de prisiones declaró “a Nuestra Señora de la Merced patrona del Cuerpo de Prisiones, del Patronato Central y de las juntas locales para la redención de penas por el trabajo y de las prisiones de España”. La fiesta, que se celebraba cada 24 de septiembre en todas las prisiones españolas, contaba con la presencia de distinguidas personalidades militares, políticas y económicas de la sociedad zaragozana de la época quienes acudían a la prisión para oír el sermón del capellán y vitorear junto con los asistentes y los miles de reclusos que poblaban las dependencias de la prisión al dictador que había “liberado” al país de las “hordas rojas”.
Hijos e hijas
La celebración de la fiesta de la Merced, al menos en el caso de las prisiones de Zaragoza, introdujo un elemento novedoso en la rutina carcelaria de posguerra. Máximo Cuervo Radigales, Director General de Prisiones, ordenó que, “si la autoridad militar de la plaza y la dirección de las respectivas prisiones lo estimasen oportuno y no fuera motivo de quebranto del régimen, se autorizase la entrada de los hijos menores de los reclusos para que pudieran abrazar a sus padres”. Los únicos requisitos que se imponían a los niños para que pudieran ver a sus padres eran que fueran menores de siete años y, por otra parte, que se sometieran a un intenso cacheo a su entrada en prisión para evitar que introdujeran cualquier hoja de propaganda o elementos que quebrantasen el régimen y la disciplina.
Esas visitas de los hijos menores de los reclusos pronto se hicieron extensibles a otras celebraciones religiosas y a las nuevas fiestas patrióticas instaladas desde los últimos compases de la guerra en el calendario del sistema penitenciario del Nuevo Estado. Muchas de esas fiestas religiosas o de exaltación nacional, nacidas después de la victoria militar, llegaron a celebrarse únicamente un par de veces quedando, posteriormente, relegadas al olvido, mientras que otras se consolidaron como las grandes fiestas del sistema penitenciario franquista, adoptando a veces una gran magnificencia y un importante protagonismo.
A lo largo la década de los años 40 la prensa local recogía anualmente en sus páginas las dos ceremonias religiosas más importantes que celebraban en la cárcel de Torrero, el cumplimiento pascual y la Merced. La difusión y propaganda de la celebración de esos actos tuvo una cierta importancia, pues trataba de legitimar ante la sociedad aragonesa la permanencia de miles de presos políticos y de guerra en las galerías de las prisiones. A través de la narración de los actos y con la transcripción de algunos discursos ofrecidos por algunas autoridades militares, religiosas o políticas la prensa quiso concienciar a la sociedad sobre la labor que el Estado y la Iglesia estaban desarrollando en las prisiones, una labor que pretendía lograr el éxito de la “cruzada redentora” que favoreciese la reconquista de las almas de los disidentes. Ocasionalmente, los medios de propaganda también se hicieron eco de algunas celebraciones religiosas que tenían un carácter extraordinario, como el caso de la conversión de algún árabe o judío a la religión católica, la celebración de bautismos y bodas o, simplemente, la entrada en la cárcel de alguna procesión religiosa.
La radio
Fue en la noche del 31 de mayo de 1948, cuando muchos zaragozanos pudieron oír en la radio local, y en diferido, los diferentes actos que se habían celebrado escasas horas antes en la prisión provincial de Zaragoza. Era la primera vez que las autoridades permitían la entrada de la radio local dentro de la prisión, y es que la ocasión la merecía, ya que a través de este medio de comunicación de masas los zaragozanos pudieran oír el júbilo que despertó la llegada de la virgen de Fátima entre la población reclusa de la cárcel de Torrero.
La llegada de la imagen al recinto penitenciario, según la versión ofrecida por los medios de propaganda y por la Junta de Disciplina, levantó un enorme fervor entre los reclusos quienes al ver a la Virgen atravesar la puerta de la cárcel se apresuraron para cogerla a hombros y pasearla por las galerías de la prisión, mientras se arrojaban sobre las “andas flores” con profusión. Una vez colocada frente al altar instalado provisionalmente en el Centro de Vigilancia, la población reclusa comenzó a entonar cánticos marianos y la salve en un solo orfeón constituido por la totalidad de los “internos de todas las ideas y matices, guardándose en todo momento la mayor disciplina y respeto a la vez que daban expansión a sus corazones frente a la madre de Dios”.
Después de una alocución del director se procedió a “consagrar el Establecimiento al Sagrado Corazón de María contestando la población reclusa como un solo hombre”. Se cantó una salve, se procedió a la bendición de enfermos con el Santísimo y seguidamente fue despedida la imagen sagrada con el Himno Nacional que fue interpretado por la banda de cornetas y tambores. Los “aplausos y vítores, cánticos religiosos que entonó la masa interna” fueron constantes hasta que la imagen abandonó la Prisión. Fue un espectáculo, aseguraba el director de la prisión, “verdaderamente conmovedor que dejó profunda huella en los sacerdotes y autoridades que asistieron al acto; y aún en aquellos que horas después lo escucharon a través de la radio impresionado en cinta magnetofónica”.
Nota: un extracto de este artículo fue publicado en la Revista de la Federación de Barrios de Zaragoza, número 103, de marzo de 2015. Comparto el artículo original después de comprobar que no sigue accesible en la web que se publicó.
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