El bombardeo de Zaragoza y la cárcel de Torrero
enero 06, 2021El bombardeo
Ocurrió el 5 de noviembre de 1937, alrededor de las tres y media de la tarde. De acuerdo a las noticias emitidas desde la prensa republicana, alrededor de 36 aviones traspasaron las líneas defensivas del ejército sublevado esquivando las baterías antiaéreas apostadas en Villamayor y lograron adentrarse en el espacio aéreo de la capital aragonesa. El objetivo eran “importantísimos objetivos militares”. Aquella no era la primera vez que la fuerza aérea republicana rompía las defensas sublevadas para alcanzar objetivos militares. Unas semanas antes, el 15 de octubre de 1937 logró bombardear el aeródromo Sanjurjo, situado a las afueras de la ciudad.
En esta ocasión, aquella tarde de noviembre los aviones del Ejército de la República hicieron blanco, entre otros, en el depósito de armas ubicado en la fábrica de yesos López, ubicada muy cerca de la cárcel de Torrero. A la explosión inicial, le sucedieron muchas más a lo largo de la tarde. Los observadores republicanos hablan de varias explosiones a lo largo de la tarde y del avistamiento de fuego y humo en la zona de Torrero. La prensa republicana llegó a sospechar que, debido a la virulencia de la explosión y de las llamas, quizá en aquel polvorín no sólo había armas, sino también gasolina. Sea como fuere, se sabe que los diversos incendios se prolongaron hasta bien entrada la noche.
El impacto de aquellas explosiones se dejaron sentir en toda la ciudad, pero afectaron principalmente a los vecinos del barrio de Torrero. La ubicación del polvorín y la existencia de numerosos edificios cerca provocó el hundimiento de varias casas. Los relatos también hablan de algunas viviendas incendiadas y desperfectos en las cristaleras de gran parte de las casas del barrio. Aunque todavía queda mucho por conocer, se sabe que las explosiones ocasionadas por el polvorín acabó ocasionando algunos muertos y varias decenas de vecinos heridos, muchos de los cuales tuvieron que ser trasladados hasta el Hospital Provincial para ser atendidos.
El bombardeo y la cárcel de Torrero
La explosión aludida y sus efectos también se dejaron sentir en la Prisión Provincial de Zaragoza, popularmente conocida como cárcel de Torrero. El director de la cárcel, Teodoro Quirós Toledano, explicaba lo sucedido en la sesión de la Junta de disciplina del 10 de noviembre de 1937. En la sesión expuso que “con motivo del bombardeo de la aviación roja resultó herida de consideración la celadora Dª Teresa Fernández Ferrer, que en la misma noche del cinco fue evacuada del Hospital Provincial y de carácter leve el subdirector Don Antonio Crejo Arrayás, que en el día de ayer ha reanudado sus servicios”. Entre la población reclusa “resultó muerto en el patio Modesto Agón [López]” (jornalero, de Uncastillo). Unos veintinueve presos quedaron hospitalizados en el salón nº 5” de la prisión al considerarse que sus heridas no revestían gravedad, mientras que los heridos de mayor gravedad, veinticuatro reclusos, fueron trasladados al Hospital Provincial. Uno de ellos, Manuel Lostao Blánquez (ferroviario, de Zaragoza) falleció a las pocas horas a consecuencia de las heridas.
La gravedad de lo sucedido y su repercusión entre los presos se deja sentir a través del testimonio del Capuchino Gumersindo de Estella. El 20 de abril de 1938 tuvo que asistir en aquellos servicios especiales de madrugada al recluso Manuel Boix Barbera. El religioso se vio sorprendido por la incapacidad del preso, a quien le faltaba una pierna. Manuel le contó que “hallándose en la cárcel, hubo un bombardeo” a consecuencia del cual quedó con la pierna muy estropeada, siendo conducido al hospital donde le fue amputada. El preso, de acuerdo a su expediente procesal, estuvo hospitalizado desde el 6 de noviembre de 1937 hasta el 10 de abril del año siguiente. Su minusvalía no le reportó ningún beneficio penitenciario. Terminado el oficio religioso, el personal de prisiones le proporcionó “dos muletas para que pudiera caminar hasta el furgón. Pero nunca había usado tales apoyos”. Según el capuchino, el recluso “no acertaba a valerse de ellos y vacilaba al andar”. Al final, lo subieron al camión que le conduciría hasta el habitual punto de ejecución, las tapias del cementerio de Torrero. Esa misma madrugada, al alba, fue ejecutado en las tapias del cementerio de Torrero ante un pelotón de fusilamiento.
Los daños materiales sufridos en el establecimiento penitenciario fueron cuantiosos. En la zona administrativa, quedaron “completamente destruidos los pabellones de la Dirección y administración y Celadora, Cuerpo de Guardia militar, despacho-administración, oficial de guardia y Pabellón de identificación” y en el interior, en el espacio dedicado exclusivamente al encierro, fue afectada “la Capilla del departamento de mujeres, enfermería de hombres, salones 3º, 2º y 6º, cuarto de oficiales, más toda la carpintería y cristales del Establecimiento."
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